Por Alberto Llana
No es la primera vez que aludo a esas personas que se dedican a rajar en redes sociales contra todo aquello que les apetece, según y cómo se hayan levantado el día de marras. Tanto les llega a gustar que no es raro encontrar opiniones contrapuestas sobre los mismos asuntos salidas del teclado de un mismo ser: en un momento dado y por razones solo al alcance de su intelecto les apeteció defender una postura y un tiempo después defienden la contraria con la misma vehemencia que la vez primera. Tan solo debes tener las ganas suficientes de bucear en su perfil para encontrar la confirmación a este hecho. En tal sentido, resulta de actualidad comprobar de qué manera las amenazas a políticos son ahora despreciables cuando no hace tanto era parte inherente a la vida pública y había que tomarlas con cierta normalidad y mesura porque resultaba de todo punto rechazable usarlas durante una campaña electoral. Pues eso, que algunos personajes, persuadidos de su suprema sabiduría y en un ejercicio de generosidad para con el resto de la humanidad, gestionan un perfil -a veces varios y normalmente anónimos- en una o varias redes sociales y se dedican a iluminarnos sobre cualquier cuestión que en un momento dado les apetezca sentenciar.-
La excusa para ello no se puede rebatir de manera alguna, o al menos así lo piensan sinceramente, y ello porque aseguran decir verdades como puños y, claro, quién se va a atrever a cuestionar siquiera un aserto que no deja de ser, dentro de sus límites neuronales, nada menos que un axioma. Si acaso llegara a suceder que alguno de sus seguidores pusiera en tela de juicio su particular criterio, a renglón seguido proceden a tratar al temerario replicante con la debida condescendencia a fin de hacerles entrar en razón: “Lo que yo te diga, chavalín, que ya vengo de vuelta de todo” o cosa por el estilo. Pero puede que el ínclito haya topado con alguien de ideas tan firmes como las suyas, por lo que comienza la segunda fase de su peculiar 'código de buenas prácticas', y consistente en la falta de respecto de carácter leve: “No seas tonto y haz caso de lo que te dice la luz de la experiencia, que lo hago por tu bien” o similares. Y es posible que ni aún así haga entrar en razón al ceporro, ceporra o 'ceporre' (que diría alguna ministra, perdón, 'ministre'), por lo que cabe abordar ya sin disimulo el insulto directo: “Tú lo que quieres es tocarme las narices, pero te va a ser difícil porque no llegas ni a la suela de mis zapatos, so gilipollas”, por poner un ejemplo no demasiado crudo. Supongo que en esos momentos el iluminado ya ha llegado a la certeza de que se enfrenta a un troll, cuando lo cierto es que ese apelativo es de su propiedad y se lo ha ganado a pulso, por lo que a continuación pueden suceder dos cosas, que prolongue durante un tiempo la discusión virtual porque le va la marcha o que directamente vaya al grano bloqueando al insensato, insensata o 'insensate', dejando un mensaje dirigido al resto de su concurrencia, del tipo perdonavidas: “Qué pena me dan estos necios”.-
Samaritanos como el descrito los hay a puñados en los ciberespacios y sería mucha suerte tener una cuenta en una red social y no tropezar con varios de ellos, aunque pretendas evitarlos. Como siempre están a la captura de nuevos fieles, no dudan en buscar una conversación en la que meter su personal cuña, incluso a veces expresando opiniones que realmente no comparten al objeto de crear disputa o simplemente porque, aunque estén de acuerdo, estiman que no se está siendo demasiado rotundo en un tema que conocen a la perfección toda vez que poseen una cátedra en la materia. Como ya dije antes, esta peña suele pensar que son creadores de aforismos pese a que en demasiadas ocasiones han tenido que protagonizar verdaderas espantadas tras colisionar con alguien más versado. Pero ello no les arredra en su busca de adeptos que engrosen su contador de 'followers'. Es lo que les estimula, contemplar como crece su número hasta autoconvencerse de que son 'influencers' y son tenidos por el prójimo por persona con criterio y credibilidad.-
Ahora bien, no se te ocurra sugerirles que, aparte de expresar ideas más o menos respetables, aporten soluciones a tal o cual problema ya que lo más probable es que te manden a paseo. Ellos no están para esos menesteres sino para revelar verdades como puños. Vamos, para emputecer el ambiente más que nada. Las soluciones son responsabilidad de otros, que para eso cobran u obtienen beneficio de alguna manera por esa labor. Si acaso puedes tener la dicha de atinar con alguien que revele una salida al dilema: “Yo a esos los ponía contra el paredón” o “Deberíamos prenderle fuego a todo”. O una muy recurrente que a ellos, casualmente, nunca les atañe: “Hala, a disfrutar lo votado”. Si a esas alturas todavía sigues leyendo sus sandeces, o estás realizando una tesis sobre la materia o te está partiendo la caja a base de bien, que nunca viene mal echarse unas risas.-
A esas personas que van por la vida asegurando decir verdades como puños solo cabe recordarles que, en todo caso, serán sus verdades, las que han conformado bajo los parámetros de su carácter, experiencia y condicionamientos vitales propios, los cuales nunca son extrapolables al prójimo. Vamos, como la presente sin ir más lejos. Verdades absolutas hay bien pocas en este mundo y casi todas están dichas ya, por lo que en el mejor de los casos estarían expresando conclusiones ajenas en el intento de aparentar lo que no son. En esa línea, la de acudir a corolarios que constan en la hemeroteca, un conocido personaje mantenía que quienes se dedican a criticar a los demás es porque no tienen talento ni capacidad para crear nada. Y aunque no le faltan razones para llegar a esa deducción, tampoco constituye una verdad como un puño toda vez que se olvidó de aquellas personas que atesoran talento y capacidad para crear el caos. Y tienen seguidores por miles.-
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