Por Alberto Llana Publicado el 19 de enero de 2017
Durante la década de los ochenta del pasado siglo conocí a un oficial de la Guardia Civil que tenía bajo su responsabilidad el mando de una Compañía territorial. Su apellido era sinónimo de zurrapa, por lo que he decidido denominarlo de tal guisa. Hombre serio y de gran rectitud, no solía perder la calma, aunque fuera inflexible con todo aquello no concordante con sus convicciones. La primera ocasión en la que me demostró su trasfondo real fue cuando, de manera pausada, le afeó la conducta a un guardia por el hecho de que al caminar a su lado, se había colocado a su derecha, indicándole que era el de superior rango quien debería ir en ese costado, por lo que el aludido se apresuró a pasar al flanco izquierdo, cometiendo un segundo error que conllevó nueva reprimenda... realizar el cambio por delante del oficial y no por su espalda, como indicaban los cánones.-
Lo que ya me pareció un despropósito mayúsculo fue cuando lo vi en el balcón de su pabellón oficial oteando con ojos de búho el patio del cuartel. No solía asomarse al mirador y la estampa resultaba inusual, máxime por la ansiedad que se notaba en sus miradas y gestos, como buscando algo que no lograba hallar. Hasta que, saliendo del portal de otro edificio cuartelero, hizo acto de presencia un compañero, acompañado de su esposa y sus dos hijas, con la intención de ir a pasear por el pueblo. El Zurrapa esperó unos instantes, hasta que su presa alcanzó el centro del patio y, entonces, gritó su nombre. El guardia adoptó la posición de firmes y alzando su cabeza hacia el oficial pronunció el saludo reglamentario: “A sus órdenes mi...”. Zurrapa, tras preguntarle a dónde iba y recibir respuesta, le comunicó que el paseo se había terminado, estaba arrestado y debía volver a su casa. También le indicó que al día siguiente por la mañana le daría por escrito las razones de la privación de libertad ya que no tenía tiempo ni ganas de hacerlo en ese momento. El compañero, compungido y avergonzado por una escena que se había desarrollado ante muchos testigos, le dijo a su esposa e hijas que se fueran sin él, cosa que no hicieron, regresando la familia por donde habían venido.-
Pues bien, tiempo después de irme de esa Unidad y encontrándome realizando las pruebas de acceso a un curso de adiestramientos especiales, me encontré con otro compañero con el que había coincidido en el cuartel antes mencionado. Me extrañó verle ya que él estaba destinado en el recién creado equipo de Policía Judicial y pensaba que se encontraba a gusto allí. Y me contó la historia. Resulta que había decidido divorciarse de su esposa y el Zurrapa, más católico que nuestro último ministro del Interior, le 'aconsejó' pedir otro destino de inmediato ya que no quería personal de tal catadura moral bajo su mando. Fue a caer a un cuartel pequeño, en el cual no terminaba de encajar y decidió presentarse a cualquier curso que se publicara, en el ánimo de cambiar de aires. El primero que se le presentó fue aquel y por eso estaba allí. Tras superar el adiestramiento pasó destinado a una Unidad del GAR (Grupo Antiterrorista Rural, se llamaba entonces). Dos años después fue asesinado por la banda terrorista ETA.-
Soy consciente que los responsables del asesinato son quienes colocaron la bomba al paso de su vehículo, del mismo modo que, de no haber sido este compañero, otro estaría ocupando su lugar. Pero también sé a ciencia cierta que de no haber recibido aquel consejo del Zurrapa, este compañero no habría decidido cultivar sus abdominales en las espalderas que jalonaban el patio de la Academia de Adiestramientos Especiales, situada en aquellos años en El Escorial. Es por ello que aprovecho estas líneas para dedicarle un cariñoso recuerdo y decirle que no le olvidamos, ni yo ni otros compañeros que tuvieron la suerte de compartir servicio y experiencias con él porque era de esos muchos que hacen grande el nombre del Cuerpo. Otros pocos, sin embargo, dedican sus años de servicio a cultivar su ego, a intentar superar sus complejos pisoteando a sus compañeros de vocación o ambas cosas a la vez. El Zurrapa era uno de estos últimos, una persona cuyo apellido honraba, ya que, en definitiva, era un auténtico mierda.-
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