Por Alberto Llana
Publicado el 12 de marzo de 2017:
El guardia civil Cortés colgó el teléfono tras una larga conversación con un compañero destinado en Madrid. La charla le había dejado un tanto confuso. Su compañero quería conocer los avances logrados acerca de la información que les habían transmitido desde la Dirección General tiempo atrás y relativa a unas personas de su zona que estaban negociando la venta de grandes cantidades de explosivos a un grupo radical de la capital. La confusión estaba motivada porque esa información no había llegado a sus manos e ignoraba los motivos. Antes de terminar la comunicación, Cortés solicitó de su interlocutor que le reenviara esa información a él personalmente.-
Una vez en su poder, decidió actuar a su aire, en la sospecha de que aquella primera información enviada desde la Dirección General se había quedado varios escalones por encima suyo sin motivo lógico ya que él debería ser quien la gestionara. Así, se trasladó a una localidad vecina para intentar localizar a uno de los sospechosos y, tras larga espera frente al portal donde se suponía que vivía, apareció su objetivo. Se dirigió hacia él con paso firme y, después de identificarse, trató de sonsacarle información acerca de su relación con la posible venta de explosivos. No obtuvo nada más que evasivas, cosa lógica por otra parte, dado su estúpido proceder, motivado quizás por la necesidad de conseguir resultados rápidos al obrar por cuenta propia, sabedor de que tal situación no podría mantenerla durante mucho tiempo.-
El inspector de Policía entró en el despacho del oficial de la Guardia Civil encargado de la Unidad de investigación de la Comandancia. Llevaba cara de pocos amigos y fue al grano sin pensarlo. Quería saber quién era el guardia que estaba molestando a uno de sus confidentes. El oficial se extrañó por la pregunta. Nadie de la Comandancia había hecho tal cosa. Esa cuestión estaba clara desde que, unos años antes, otra investigación de la Benemérita condujera a los agentes sobre la pista de ese individuo, quedando interrumpida precisamente por el hecho de que el tipo estaba tutelado por el inspector. Pero, entonces, ¿quién era el misterioso miembro de la Guardia Civil que había abordado al confidente? El oficial preguntó al inspector si tenía datos acerca del aspecto de ese misterioso guardia y éste le trasladó los proporcionados por su chivato. Y fueron suficientes para que el oficial supiera lo que estaba sucediendo.-
El jefe de la Zona de la Guardia Civil miró a los subordinados que estaban sentados a la mesa de reuniones. Entre ellos figuraban dos jefes de Comandancia y dos oficiales de unidades de investigación, uno por cada una de las Comandancias allí representadas, amen de otro puñado de agentes de las mismas. El encuentro pretendía aclarar los pormenores de la situación creada por un miembro del Cuerpo al interrogar de forma intempestiva a un confidente de la Policía Nacional. Entrados en materia, el oficial que recibió los reproches del inspector miró directamente a Cortés y le espetó que sabía a ciencia cierta que aquel entuerto había sido cosa suya. Cortés le aguantó la mirada encajando la acusación sin un pestañeo, sin oponer nada. El oficial continuó con sus críticas. No solo se había agenciado la información por medios ajenos al conducto reglamentario, además, sabedor de que la investigación le correspondía a otra Comandancia, obvió cualquier comunicación con los compañeros de ésta y la acometió el solitario y por las buenas con los resultados ya conocidos. Terminó su disertación preguntándole a Cortés si deseaba añadir otra medalla a su pechera. El señalado tomó entonces la palabra para replicar que la información enviada desde Madrid parecía muy importante y como, al parecer, nada se había hecho al respecto y en la Dirección General estaban mosqueados con la inacción, resolvió que debía de hacer algo.-
El jefe de Zona intervino para dejarles claros varios puntos. La información se la habían trasladado a él y él era quien decidía qué hacer con ella. Conocedor como era de que uno de los implicados en el posible delito era un confidente de la Policía, hizo gestiones sobre esa cuestión, averiguando que todo ello formaba parte de una operación policial y no debían inmiscuirse en ella. Por eso la información se quedó en su despacho y nada había transmitido a los responsables de la unidad de investigación de la Comandancia afectada que, en cualquier caso, no era la de Cortés. Y que si en Madrid deseaban saber lo ocurrido, solamente tenían que llamarle y no puentearle estableciendo comunicación con uno de sus subordinados.-
Hubo tirones de orejas, advertencias sobre la lealtad al mando y llamamiento al compañerismo de todos con todos, pero lo único cierto de toda esta historia es el título de la misma.-
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