Por Alberto Llana Publicado el 30 de agosto de 2017
Estaba el pasado sábado ojeando las redes sociales para seguir la actualidad de la manifestación que se celebraba en Barcelona como repulsa ante los atentados terroristas que habían dejado un balance de quince personas asesinadas, a esas horas me refiero, ya que posteriormente fallecería otra víctima más de los atropellos en Las Ramblas. Y como digo, pude comprobar cómo las noticias trasladaban los pitidos, insultos y abucheos al Rey y a otras autoridades del gobierno español, mientras el President y otras autoridades del Govern eran aplaudidos a su llegada al lugar de concentración. No me extrañó esa reacción por que se esperaba algo similar, incluso peor, desde que ciertos partidos políticos se empeñaron en eso, en politizar el terror y la respuesta ciudadana ante la barbarie.-
Cuando los cálculos de participación comenzaron a aparecer, las cifras que ofrecían los medios me parecieron escasas en contraposición con otras similares acaecidas en Barcelona en otras épocas, pero ya se sabe que esto de calcular multitudes puede variar mucho en función de la fuente que ofrezca los datos y en una aglomeración como la habida en la Ciudad Condal, lo mismo puedes afirmar que asistieron 500.000 personas que 400.000 o 600.000. En principio no es demasiado relevante la cifra en sí misma. Luego busqué imágenes para hacerme idea de lo que realmente estaba ocurriendo y hubo un par de ellas que me llamaron la atención. Una panorámica general del Paseo de Gracia en donde saltaba a la vista la concentración de banderas independentistas justo detrás de donde se situaron las diferentes autoridades y representantes que allí acudieron y tras las mismas una marea de personas que no portaban, o en poca medida, banderas ni pancartas de ningún tipo. Imaginé de inmediato que los politizadores de la manifestación habían hecho lo imposible por hacerse visibles y situar sus reivindicaciones por encima de la máxima que debería haber imperado en toda la concentración: el rechazo a los atentados, el apoyo a las víctimas y el reconocimiento a quienes estuvieron al pie del cañón atendiendo, minimizando y evitando males mayores. Y lo consiguieron. Esos pocos cabezahuecas, cegados por sus ideas radicales y atendiendo a las consignas de aquellos que con media sonrisa en la boca decidieron sacar provecho de la matanza, rentabilizaron la ocasión, aunque quizás con resultados adversos.-
Porque si algo quedó claro el sábado fue que toda aquella parafernalia estaba orquestada desde el primer momento. Una calculada escenografía para proyectar al mundo las ganas de independencia que anidan en los corazones catalanes, el rechazo a un estado autoritario que les roba, les priva de libertad y les hace objetivo prioritario de los asesinos yihadistas. Y así, según cuentan personas que allí estuvieron, los pocos ‘necionalistas’ que pululaban por el lugar de la manifestación tuvieron a bien romper carteles que solicitaban paz por el mero hecho de estar escritos en español, increparon a personas que portaban banderas de España, o de Cataluña porque no eran ‘esteladas’, pitaron al Rey incluso durante el minuto de silencio con evidente desprecio a lo que tal mudez significaba, o desplegaron carteles en donde se reivindicaba un mundo sin armas, como si, por ejemplo, los terroristas abatidos tras los atentados, hubieran sido neutralizados con tartas de merengue.-
En la otra imagen que suscitó mi interés se podían observar en primer plano unas banderas esteladas de grandes proporciones, aupadas al aire por astas largas y flexibles. En el encuadre se podían observar unas ocho de esas banderas. En el fondo, un tanto difuminadas por la escasa profundidad de campo de la instantánea, se veían claramente un grupo de banderines de España, de esos de plástico y con un pequeño palito que las hacen menos visibles al no poder apenas sobrepasar las cabezas de los manifestantes. Ese último grupo de banderines era muy superior al de esteladas, pero al ser de menor tamaño, no sobresalir por encima de la multitud y no estar bien enfocadas, tal parecía que su importancia era menor. Y todo lo contrario, porque si pensamos en cómo luciría la foto a la inversa, con banderas españolas bien grandes y con largas astas y unas esteladas minúsculas sostenidas por palitos de dos cuartas de longitud, la cosa cambia bastante y nos acerca a la realidad de lo vivido en Barcelona el pasado sábado.-
Al final, esos pocos consiguieron sus propósitos de reventar la manifestación y su mensaje de unidad contra el terror y de recuerdo de las víctimas. Unas víctimas que, si preguntáramos a la mayor parte de esa minoría, ni siquiera sabría decir cuántas eran a esa hora, ni su nacionalidad y, mucho menos, su identidad, tal es su preocupación por el asunto. Pero ese logro pasajero, alimentado por medios de comunicación afines y con una realización televisiva por parte de una cadena autonómica digna de pasar a los anales de la información manipulada, ha devenido en victoria pírrica porque sus torpes manejos han quedado al descubierto a las primeras de cambio y hasta la prensa internacional se ha hecho eco de su bochornoso comportamiento. Espero que la actitud de esos pocos, empañando el anhelo de la mayoría que estuvo presente en la manifestación, les pase factura en acontecimientos que están por venir.-
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