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LIBRES

Actualizado: 22 feb


Por Alberto Llana


Charlando hace unos días con un compañero, me vino a la memoria una anécdota acontecida hace ya unos años. La conversación con este compañero había derivado hacia la escasa protección que se les otorga a los agentes de la autoridad en el ejercicio de sus funciones, siendo demasiado habitual contemplar noticias en los medios que reseñan cómo agresiones a funcionarios policiales se saldan con condenas o multas nimias que, lejos de disuadir a los responsables de este tipo de actos, parecen invitarles a perseverar en su conducta. Una demostración palpable de ello la publiqué no hace mucho tiempo y se refería a la condena de un inmigrante que, al acceder a nuestro país a través de la valla de Melilla, agredió a un guardiacivil. Fue juzgado por por lesionar al agente cuando intentaba huir del mismo, con los tornillos que llevaba en las suelas de las zapatillas para facilitar la escalada por la valla, y la pena impuesta fue de dos años de prisión, la cual no pisará por carecer de antecedentes penales en España. ¡¡Coño, pues claro, si acababa de pisarla por primera vez unos segundos antes!! Quizás la más reciente sea la del compañero de la policía local de Punta Umbría, suceso creo que de sobra conocido por todos y que se ha saldado con una pena de dos años de prisión al apuñalador, quedando en suspenso por aplicación del artículo 80 del Código Penal ( https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1995-25444#a80 ). En ambos casos, si la pena hubiera sido tan solo de un día más, sí hubieran terminado en un establecimiento penitenciario, pero las autoridades judiciales no lo consideraron oportuno.-


Volviendo al objeto de estas líneas, la cosa comenzó poco después de las seis de la mañana de un día cualquiera. Mi compañero y yo habíamos iniciado el servicio unos minutos antes y la primera persona que vimos por la calle fue un chico joven, ya conocido por toda a plantilla de nuestra Unidad al ser uno de los habituales raterillos que se buscaba la vida apropiándose de lo ajeno. Iba tirando de un carrito de la compra y parecía llevar algo muy pesado en su interior, dado el esfuerzo que se le notaba al caminar. Mi colega y yo cruzamos una mirada en silencio y asentimos levemente con la cabeza sabedores de lo que íbamos a hacer a continuación... revisar el contenido del carrito. Porque, a ciencia cierta, el joven no regresaba a casa tras comprar en el mercado. Al realizar la maniobra para dar la vuelta al vehículo policial observamos una de las cabinas telefónicas que había en la calle (sí, por entonces todavía quedaban unas cuantas). Tenía varios cristales rotos, un mazo grande en su interior y el aparato telefónico no estaba. Intuimos de inmediato lo que había ocurrido, por lo que aceleramos en pos del jovenzuelo. Cuando llegamos a su altura, se paró y nos miró con una sonrisa dibujada en la cara. Sabía perfectamente que le habíamos pillado con las manos en la masa y de nada le iba a servir resistirse o escapar ya que conocíamos de sobra dónde vivía.-


Nos contó lo ocurrido en el cuartel. Al pasar por delante de una obra, saltó las vallas que la circundaban en busca de algo que le proporcionara dinero fácil y halló el mazo. Comoquiera que por el mazo no sacaría gran cosa, decidió emplearlo para arrancar el aparato telefónico a golpe limpio, lo que le costó bastante, cargándose varios cristales de la cabina en el intento. El problema surgió con el traslado del botín, dado su peso. Fue a su casa a por el carrito con intención de trasladar el aparato robado hasta unas cercanas vías de tren, en donde aguardaría el paso de un convoy con la caja metálica colocada de tal forma que la locomotora dejara tras sí un amasijo del cual obtener la recaudación que contenía. Así de inconsciente era el menda.-


Tras varias horas de papeleo reglamentario, trasladamos al detenido a dependencias judiciales. Allí nos recibió un funcionario que recogió el atestado y se introdujo en el despacho del juez para comunicarle la novedad. Poco después salió y nos dijo que le quitáramos los grilletes al joven porque su Señoría deseaba charlar con él. Concluimos que ya se conocían de otras situaciones similares, dado el historial que atesoraba el chaval, y procedimos a ello. Tras un cuarto de hora, de nuevo se aproximó el funcionario y nos entregó unos papeles diciendo que el juez había decidido dejarlo en libertad con cargos y que ya nos podíamos ir. Al mirar el Auto judicial me percaté que los nombres que venían escritos eran los de mi compañero y mío. Es decir que su Señoría a quienes dejaba en libertad con cargos era a nosotros. Llamamos la atención del funcionario sobre el error y este, sonriendo, cogió los papeles y nos hizo el típico gesto con la mano indicativo de que el firmante estaba un tanto eufórico debido a la ingesta de caldo espiritoso. Pensé que muy mal debía de estar la cosa cuando ni siquiera había reparado en que tenía delante a un solo detenido y estaba firmando la libertad de dos personas (vamos, que debía de estar viendo doble). Otro rato después el funcionario nos entregó la documentación correcta y, a modo de explicación, nos informó que aquel chaval hacía las veces de confidente de la Policía y, por ello, tenían ciertas atenciones con él. Chivato en demarcación policial y ratero en la nuestra, pues qué bien.-


Para rematar la mañana, tras salir del juzgado nos encontramos al recién liberado que, con toda la caradura que Dios le dio, nos preguntó si podíamos llevarlo de vuelta ya que no tenía ni para el billete de autobús. Le aconsejamos que se buscara otro mazo y otra cabina que reventar para sacarse unas monedas, total...




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