Por Alberto Llana Publicado el 19 de agosto de 2017
Han transcurrido pocas horas desde los atentados en Barcelona y Cambrils cuando tecleo estas líneas y es muy posible que la actualidad haya deparado novedades que afecten más o menos a lo que expreso, pero en estos momentos me guío por lo que conozco de lo sucedido y no descarto que al realizar la lectura final antes de publicarlo deba realizar alguna corrección o que, a posteriori, lo que ahora pienso devenga en desacertado o poco atinado. Ya se verá.-
Hace no mucho tiempo y tras un atentado ocurrido fuera de nuestras fronteras, algún responsable político señalaba el relativo clima de tranquilidad que podíamos disfrutar en España, derivado de nuestra experiencia antiterrorista, ganada a pulso tras muchas barbaridades sufridas a lo largo de medio siglo de lucha contra esta lacra injustificable. Y a mí se me erizaban todos los pelos de la nuca porque por mucho y muy buen trabajo preventivo que se esté haciendo, y no cabe duda alguna sobre el particular, cuando nuestra tranquilidad depende de la lucidez mental de una o varias personas dispuestas a perder su vida con tal de hacer daño al prójimo, aventurarse a exteriorizar cierta clase de afirmaciones solamente tiene una explicación política, un afán de intentar vender buena gestión cuando la realidad es que frente al radicalismo más exacerbado no existe poción mágica que proporcione inmunidad.-
Ahora, tras la atrocidad vivida en Barcelona y Cambrils, comienzan a llover palos a diestro y siniestro y en todos los frentes. Una buena ocasión para realizar un estudio sociológico sobre la diversa fauna que pulula por el mundo, ya que no se trata de un fenómeno autóctono, y sacar conclusiones acerca de lo complejo de la mente humana y cómo se deja guiar por las pasiones en general y, en casos como este, de las más bajas pasiones. Así, podemos contemplar ciertas especies racionales que intentan responsabilizar a los de acá, los de allá o los de acullá en función de los aprecios del manifestante. Observan con lupa lo que dice o ha dicho en el pasado cada cual, sus silencios, sus gestos y ademanes, su vestimenta, su tardanza en salir a la palestra, etc., en un intento de demostrar que lo que únicamente se puede achacar a los asesinos se ha debido a algo que por acción u omisión debería haber hecho o dejado de hacer el objetivo de la crítica. Otras especies aprovechan para evidenciar la oquedad situada entre sus orejas y se lucen argumentando que las víctimas son menos importantes por ser de un lugar concreto, mientras que otros del mismo pelaje señalan que detrás de la matanza se hallan ocultos intereses políticos contrapuestos. También es posible deleitarse con expertos en la materia que con premura nos explican los fallos que, casi in situ, están cometiendo las fuerzas de seguridad que actúan para tratar de evitar males mayores o capturar a los responsables. Nos iluminan con sus buenas ideas al respecto, con sus ‘ya lo dije hace tiempo’ y sus ‘estaba claro que tenía que pasar porque somos un país de mierda’. Y, cómo no, afloran de entre la maleza los bichos que se entretienen fabricando o reenviando información falsa, alguna muy bien elaborada por cierto, lo que evidencia que inteligencia nos les falta, lo que les falta es sentido común, mayormente.-
Es como si nos encontráramos en un bar en el que la concurrencia estuviera siguiendo en directo los acontecimientos a través del televisor, pero a lo grande. Esos típicos comentarios que afloran de las gargantas de unos y otros, a veces húmedos de alcohol y/o teñidos de ignorancia y arrogancia, adquieren una dimensión desorbitada gracias a que las redes sociales nos proporcionan un altavoz del que no disponemos acodados en la barra de la cantina, en donde nuestras palabras raramente traspasarán los muros de la misma, y una trascendencia a nuestros posicionamientos que aportan cierto equilibrio frente a otros de mayor sapiencia o bagaje que, dichos en un entorno donde más o menos todos los participantes en la conversación se conocen, serían tomados menos en serio. Además, es posible dar rienda suelta a la imaginación sin temor a las risotadas que ello puede provocar en quienes escuchan de viva voz tales elucubraciones.-
Ello deriva, lamentablemente, en que perdamos de vista la realidad de las cosas y entremos en una dinámica que nada bueno puede aportar a solucionar o combatir el problema de raíz. Tiempo habrá a posteriori, con datos más reales y contrastados, de analizar posibles responsabilidades y de señalar virtudes y defectos de unos y otros, tratando de mejorar en lo posible la labor preventiva. Me parece increíble que tras más de medio siglo sintiendo los zarpazos del terrorismo todavía no tengamos claro que los culpables de los actos son quienes los ejecutan y sus cómplices y sigamos cayendo en la tentación de frivolizar el terror intentando acercar el ascua a nuestra sardina o siguiéndole el juego a los asesinos, aumentando el lógico pánico que se deriva de sus bárbaras acciones.-
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