Por Alberto Llana
El primer Reglamento Militar para la Guardia Civil fue aprobado por Real Decreto de fecha 15 de octubre de 1844. Dentro de su articulado podemos encontrar el artículo 6 del Capítulo VI que versa genéricamente sobre 'Disciplina' y establece: “Se prohibe á los guardias civiles servir de asistente á ningún gefe u oficial, ni aun de los de su propia compañía, sección o brigada: los gefes u oficiales que les obligasen á este servicio serán severamente castigados”. Cualquier guardiacivil con varios trienios se despacharía con una carcajada tras leer lo resaltado en negrita porque conocen bien la realidad del Cuerpo. Y el motivo de la risa no es que en estos tiempos hayan desaparecido los 'asistentes' en la Benemérita, los sigue habiendo, por supuesto, lo que ocurre es que con el paso del tiempo estamos volviendo a recuperar esa vieja concepción implantada por el fundador de la Guardia Civil, el Duque de Ahumada, de cuyo tintero salieron multitud de normas y códigos morales que fueron cayendo en desuso a medida que los intereses clasistas de unos pocos fueron imponiendo la archiconocida “ley del embudo” que, obviamente, tiene mayor rango legal que cualquier Real Decreto o norma inferior, lo cual supone que aquellas disposiciones exigentes con los subordinados se apliquen sin piedad mientras que las tocantes a uno mismo se archivan convenientemente en el cajón del olvido, todo ello salpimentado con el férreo carácter militar benemérito que sirve de abono para que las malas raíces se agarren con fuerza al terreno, ofreciendo frutos rancios a los que se les bautiza como 'tradición' a fin de hacerlos pasar como comestibles a sus sufridos destinatarios.-
Cuando ingresé en la Guardia Civil, el fruto rancio de los 'asistentes' era hábito en el Cuerpo desde hace... ni se sabe pero imagino que desde el minuto uno tras su creación. En mi primer destino lo comprobé de primera mano. Era una Unidad tipo 'Compañía' mandada por un Capitán y en la que había también un Teniente Jefe de 'Línea', escalón de mando hoy inexistente, y un 'Puesto'. El Capitán tenía su vehículo propio y un chofer a su entera disposición, el Teniente lo mismo y el Comandante de Puesto disponía de vehículo pero no de conductor en exclusiva ya que si deseaba salir acompañado debía acudir a alguno de los guardias que ejercían de 'escribientes' del Puesto. Los choferes de los oficiales también desarrollaban labores 'asistenciales' de tal guisa que era normal verlos salir con el coche oficial a realizar los encargos particulares de sus superiores o de sus esposas. Tampoco era excepcional verlos conducir el vehículo verdiblanco con la mujer del oficial a bordo, a la que acompañaban al banco, al médico o a cualquier otro menester que no podían ejecutar por sí mismas. No me he olvidado, pese a los años, de aquella mañana veraniega en la que un grupo de vecinos de la localidad invitaron a la jefatura del cuartel a una 'corderada'. Para allí se fue el Capitán en su coche oficial conducido por su chofer al igual que el Teniente. Por su parte, el Comandante de Puesto se acercó solo en su vehículo, ignoro si porque no deseaba distraer de sus funciones principales a algún escribiente o porque le parecía demasiado generoso premiar al elegido con la posibilidad de degustar los manjares con los que iban a ser agasajados los comensales. El caso es que al evento acudieron tres vehículos oficiales y cinco personas cuando bien podrían haberse hecho mutua compañía los tres interesados en un solo coche.-
En un destino posterior, esta vez en un acuartelamiento de mucha mayor entidad, que albergaba al General Jefe de Zona, ocurrió que el susodicho se quedó sin uno de sus ordenanzas, por lo que le ofreció el puesto a uno de los guardias de mi Unidad, el cual aceptó en el pensamiento de que realizaría labores burocráticas y de acompañamiento del General. Un pensamiento que comenzó a hacer aguas cuando, tras mostrar conformidad con el ofrecimiento, el General le ordenó que al día siguiente se presentara en su pabellón a las ocho de la mañana vestido de paisano. Cuando al día siguiente se plantó en la vivienda del Jefe de Zona, le abrió su señora esposa y le hizo pasar al interior, explicándole cuáles iban a ser sus tareas en adelante: las propias del hogar y los recados que fuesen menester. Además, como la jornada laboral de mañana no era muy extensa, por las tardes debería acudir por si tenía invitados a tomar el té con pastas, ejerciendo labores de camarero. Si había suerte y no le necesitaba, tendría la tarde libre. Finalmente añadió una pregunta: ¿sabes planchar? Este compañero, sorprendido por la situación, contestó que no sabía planchar ni barrer ni fregar y que no era nada diestro en labores de camarero por lo que temía seriamente por la integridad de la vajilla de porcelana que a buen seguro tenía la 'generala'. Lógicamente fue rechazado de inmediato por lo que supongo que ese día la esposa del Jefe tuvo que arreglárselas por si misma (la vida muestra a veces su cara más cruel).-
Hace ya varios lustros, comentando con un Oficial del Cuerpo esta disposición del Reglamento Militar para la Guardia Civil, en contraste con la realidad, me respondió que si leía bien el precepto, nada había que achacar a quienes usaban subordinados como asistentes, toda vez que no les obligaban a ello y en todo caso quien vulneraba la norma eran esos subordinados, lo que ratifica mi opinión sobre la fortaleza de las malas raíces.-
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