Por Alberto Llana
Resulta bastante conocida para los miembros de la Guardia Civil una de las primeras anécdotas que jalonan la amplia historia del Cuerpo, relatada por el propio fundador de la Benemérita, Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II duque de Ahumada y V marqués de las Amarillas y que relata el episodio de un Cabo que, encargado de la vigilancia del Teatro Real de Madrid, a cuya inauguración iba a acudir la reina Isabel II, y con la orden de no dejar transitar por determinada calle ningún tipo de carruaje, observó como se acercaba uno de estos vehículos, dándole el alto y haciendo saber al cochero que no podía seguir adelante. En el interior del mismo viajaba el Presidente del Gobierno, General Narváez, que se mostró muy contrariado por la actitud del Cabo, informando del suceso al propio Duque de Ahumada y exigiendo un castigo severo hacia ese miembro del Cuerpo. La respuesta del Director General fue la de ofrecer a Narváez dos escritos, uno con el traslado del Cabo a otra Unidad y el otro su dimisión irrevocable argumentando que no había creado la Guardia Civil para que su prestigio y su honor fuese pisoteado a la primera ocasión que se presentase. Finalmente se impuso la cordura y ni el Cabo fue objeto de traslado ni la dimisión fue aceptada.-
En contraposición a la anterior, recordaré otra que data del mes de marzo de 1894 y referida al castigo impuesto a un Guardia Civil por saltarse el conducto reglamentario. El escrito oficial sobre el asunto dice así: “Por dirigirse a mi autoridad telegráficamente el Guardia segundo de la Comandancia de Cádiz (…) en demanda de una gracia, prescindiendo del conducto que marca la ordenanza; he tenido por conveniente imponerle quince días de arresto por la falta que tal acto determina; cuyo castigo se hace público en el RESUMEN DE SERVICIOS del Cuerpo, para saludable escarmiento de los individuos que lo componen”.-
Supongo que a quien haya leído lo expuesto tendrá las mismas sensaciones que yo. La defensa a ultranza del fundador del Cuerpo de quien ha cumplido fielmente con las órdenes recibidas frente a la desmesura del castigo por una falta menor, con el añadido de hacerlo público como aviso a navegantes. Ignoro si el Duque de Ahumada se mostraría conforme con la forma de proceder que se muestra en la segunda historia, pero me gusta pensar que no. De hecho, creo que se mostraría muy contrariado por los vicios que con el tiempo ha ido adquiriendo la Benemérita y, de poder volver a la vida en estos tiempos que corren, convocaría una reunión urgente del Consejo Superior de la Guardia Civil y exigiría la dimisión inmediata de la mayor parte de sus miembros por pisotear su prestigio y honor de forma gratuita y por estar más pendientes de sus prebendas y estatus que de apoyar y defender a los que cumplen con su obligación que son, mayormente, quienes consiguieron con su servicio diario que se otorgase al Cuerpo, en octubre de 1929, la Gran Cruz de la Orden Civil de Beneficencia, que es la razón por la que al Instituto se le conoce popularmente como 'La Benemérita'.-
Muestra de la deriva equívoca que fue adquiriendo el Cuerpo con el paso de los años es la tercera anécdota que relato (ya se sabe, no hay dos sin tres), referente a los gastos ocasionados por la conducción de caballos de oficiales que cambian de destino: “Por Circular de fecha 13 del actual, dirigida a los Sres. Coroneles Subinspectores de los Tercios, se dispone que cuando los Jefes u Oficiales del Cuerpo cambien de destino y comisionen a cualquier individuo de tropa para la conducción de un punto a otro de los caballos que les pertenezcan, sean de cuenta de dichos Jefes y Oficiales todos los gastos, incluso los personales que se originan con tal motivo”. En definitiva, una verdadera pena para los jefes y oficiales que, seguramente no contentos con disponer de 'individuos' de tropa a su libre albedrío, pretendían que la Administración corriese con los gastos ocasionados al efecto. Dado que esa es la tradición y las maneras que, todavía hoy en día, se intentan mantener a toda costa, no me extraña que estemos como estamos, o sea, literalmente dejados de la mano de Dios... ¡¡y del Duque!!.-
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